ESPAÑA YA TIENE SU BONZO



Hace tres días, un hombre de 56 años, casado y con un hijo adolescente y siendo su sueldo el único que entraba en el hogar, era despedido, tras más de treinta años de servicio, de su trabajador de agricultor en una Masía de Riba-roja, en el Levante español.

A la mañana siguiente se dirigió al bar de toda la vida, se tomó tres coñacs, dijo que ya no aguantaba más y se fue a un garaje en el que guardaba una pequeña moto. Extrajo la gasolina del depósito de ésta y se la roció por el cuerpo instantes antes de prender una cerilla.

¿Fin de la historia de esta víctima sin nombre, nuestro primer bonzo español? Perdón por tanta asepsia emocional, pero solo trato de convertirme en vuestro espejo, ese que forma parte de nuestra realidad. Dicen que su muerte dejó horrorizados a sus vecinos y conocidos, incrédulos ante una noticia que corrió como la pólvora. (¿Incrédulos? Pero ¡por Dios!, es que no vemos lo que está pasando. ¿Por qué no queremos quitarnos la venda de los ojos?). Pólvora que debía estar mojada, porque no llegó más allá de la comarca.



Casi nada en los periódicos. Nada en los telediarios. Un rumor escaso en la radio. Nada que siembre preocupación en nuestros gobernantes. Un pequeño grano que anula cualquier cremita. ¡Nada, hombre, que aquí somos más civilizados que en Túnez o en Marruecos! ¡Aquí ni tan siquiera necesitaremos sacar las porras!, se dirían, cuando al día siguiente nos presentaron su reforma laboral, dejando el despido de 45 días, prácticamente en 20, reduciendo el status del trabajador a la altura del de esclavo, facilitando a empresarios, especuladores y usureros una mayor y más asegurada codicia a cambio del sufrimiento y la desposesión de los que menos tienen.



Esta es la política social y económica que nos espera, ver cómo nuestros hijos se arrastran por la indecencia y la impudicia si quieren tener una vida y un mediocre futuro asegurado. ¿Es ese el mundo que deseamos para nuestros hijos? Porque alguno habrá que diga “Ya no puedo más” antes de prender su última cerilla. De verdad ¿es ese el mundo que queremos para nuestros nietos?

Mientras todo esto ocurría en esos dos días, los españolitos íbamos cada uno a lo nuestro. Los indiferentes con sus cosillas cotidianas, ya saben, sus compras, sus regalos de San Valentín o su preocupación sobre cómo pagar el recibo de la luz, todo depende de las circunstancias. Y lo demás, aquellos a los que la consciencia nos duele y la injusticia nos escandaliza, hablábamos en la red en largos y extendidos debates sobre la condena al Juez Garzón, como si el infausto suicida jamás hubiera existido. Normal, estamos tan preocupados por lo que nos deparará el porvenir.

Sin embargo yo os pregunto: ¿Qué os imagináis que podrá ocurrir de ahora en adelante? ¿Qué otras medidas creéis que adoptará el nuevo gobierno para paliar la crisis? ¿Qué pensaría él, momentos antes de impregnar sus ropas de gasolina? Todos pensamos lo mismo, todos lo sabemos y no hacemos nada. ¿Por qué? ¿Tan duro es ver en un tizón de carne chamuscada, la dignidad perdida de un ser humano?



Según el dueño del bar al que la víctima acudió para beberse los tres coñacs, este pobre y desgraciado ser humano, un hombre digno y honesto que bien podríamos haber sido cualquiera de nosotros, estuvo comentando lo de su despido y anunció su intención de suicidarse. Todo eso ocurrió minutos antes de su suicidio. Pero… como dijo el dueño del bar: “cómo íbamos a creer que hablaba en serio”. Sólo hacía falta que alguien intentara hablar con él, alguien que le acompañara, alguien que le aconsejara a algún teléfono de asistencia social, no sé, el de la esperanza, por ejemplo. Pero nadie movió un dedo, ni si quiera se atrevieron a mirarle cuando marchaba, porque la miseria y el dolor nos espanta y es mejor estar muy lejos de ambos.



Sólo me queda una pregunta. Bueno, mejor dos: ¿Quién será el siguiente? …..y..… .¿Lograremos enterarnos de su suicidio?
Via: karalibro(de Francis Vaz )


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